Mi punto de partida
A quienes lean este nuevo blog, deseo contarles que llegué al mundo
rural intelectualmente, a través de dos personas, una Polan Lacki, ingeniero
agrónomo brasileño, quien tuvo la gentileza de enviarme durante largo tiempo
muchos de sus interesantes escritos sobre el ambiente rural latinoamericano,
sus problemas, sus desafíos y sus soluciones. La otra, mi compañero de biología, primero; luego, mi
colega en el área educacional, y, principalmente, mi
amigo, Carlos Moreno Herrera, apasionado defensor y promotor de la Educación
Rural, como Profesor Universitario, de la cual es hoy, sin duda, el
principal especialista chileno.
Como les dije, llegué a la ruralidad intelectualmente y, por ello,
probablemente, la seguiré mirando y analizando desde una perspectiva menos
íntima; pero, con el compromiso, la amplitud y objetividad que me permiten tanto mi formación
académica como mis competencias.
¿Por qué ocultamos la ruralidad
en nuestro país?
Chile, mi país, nuestro país, el país que desea ser ejemplar para
Latinoamérica, prefiere ocultar antes de enfrentar. Su gente, nosotros, vivimos
más de las apariencias, del qué dirán, que de nuestras realidades.
Por ello, entre otras cosas falseamos las estadísticas, así, por
ejemplo,
- Decimos ser alfabetos, a pesar que no menos de un 80% de nuestra población, profesionales universitarios incluidos, no entiende lo que lee.
- Ocultamos nuestras carencias escolares iniciales, promoviendo a 5to año básico, a los niños que no aprenden a leer en el primer ciclo de enseñanza escolar.
- Promovemos, luego, a nuestros estudiantes de enseñanza media para que egresen, a pesar que sus dominios de lenguaje y matemáticas apenas llegan, en un importante porcentaje, a sexto año básico.
- A poco andar, nos esforzamos para que esos licenciados de enseñanza media ingresen a la educación terciaria.
- Para no dejar cabos sueltos, creamos incentivos de acreditación que aseguren la más pronta titulación de las cohortes de educación superior.
Con todo ello, mejoramos nuestras estadísticas y acreditaciones -por
algo entramos a la OCDE- y, en pocas palabras, en lo que respecta al sistema
formativo cambiamos calidad por cantidad.
Somos el fruto del pasado, de ese criollo colonial y post colonial que
deseaba ser duque, conde, marqués o barón, pariente de algún príncipe, rico, no
pobre. Esas frustradas aspiraciones y la idealización de una Europa, mejor
dicho de una Francia, con una ciudad capital culturalmente espléndida, en la
que fijaban las metas de sus descendientes nuestros ancestros, ayudaron a
construir la tendencia a ocultar que somos un país pobre, con un fuerte
componente agrícola y minero, con importante mestizaje. Idealización de la
antigua Europa, que lleva a negar, disimulándolo, el mestizaje, la ignorancia,
la pobreza, la ruralidad del campesino y del pescador artesanal, entre otras variables
asociadas a la miseria de una sociedad subdesarrollada como la del Chile del S
XX.
Hoy, inmersos en un mundo globalizado y altamente tecnológico, aún
intentamos parecer más de lo que somos y permitimos que los políticos cometan
errores radioactivos, que son difíciles de dimensionar en términos de su
permanencia en el tiempo y, por ende, de la extensión y profundidad del daño
social que ellos han provocado y seguirán provocando, dado el número de
generaciones afectadas por esas graves equivocaciones. Las cinco enumeraciones
previas perfilan tanto la desigualdad social como el gran desastre formativo
que está impactando el actual desarrollo de Chile, dado el decaimiento cultural al que
se correlacionan cada uno de los eventos mencionados. Una de sus víctimas más
próximas, no la única, lamentablemente, es la comunidad rural permanentemente ignorada.
A continuación les ofrezco un
extracto del artículo de Polan Lacki, La educación y el subdesarrollo
rural: ¿Jardines Suspendidos de la Babilonia o
huertas familiares? ¿Enseñar lo exótico
o lo UTIL y APLICABLE?
“En los países de América Latina, las escuelas fundamentales
rurales (del primer al octavo o noveno año) siguen enseñando a sus alumnos la
historia de los faraones y pirámides de Egipto, la altitud del Himalaya, los imperios
Romano y Bizantino, el Renacimiento, la historia de Luis XIV, XV y XVI y de
Napoleón Bonaparte, el sistema nervioso de los anfibios, la reproducción de las
briofitas y pteridofitas y, algunas de ellas, hasta el "esquema de
funcionamiento de los pies ambulacrales de los equinodermos".
Mientras aburren a los niños con estos conocimientos, absolutamente irrelevantes para sus necesidades de vida y de
trabajo en el campo, pierden una extraordinaria e irrecuperable oportunidad: la
oportunidad de ampliar y profundizar la enseñanza de contenidos mucho más
útiles y de aplicación más inmediata en la corrección de las ineficiencias que
están causando el subdesarrollo rural, como por ejemplo: enseñar lo que las familias
rurales podrían hacer para obtener una producción agropecuaria más abundante,
más diversificada, más eficiente y más rentable; qué medidas de higiene,
profilaxis y alimentación estas deberían adoptar para evitar las enfermedades
que ocurren con mayor frecuencia en las zonas rurales; qué deberían hacer para
prevenir las intoxicaciones con pesticidas y los accidentes rurales y cómo
aplicar los primeros auxilios, cuando estos accidentes no puedan ser evitados;
cómo producir y utilizar hortalizas, frutas
y plantas medicinales; cómo organizar la comunidad para solucionar, en conjunto, aquellos problemas que no pueden o no deben ser resueltos
individualmente, como, por ejemplo, la comercialización y las inversiones de
alto costo y baja frecuencia de uso.
¿Educar para la acumulación de conocimientos o para la
auto-realización?
También pierden la oportunidad de otorgarles una mejor
formación de valores, pues deberían enseñarles los principios, las actitudes y
los comportamientos que ellos necesitan tener para mejorar su desempeño en la
vida familiar y comunitaria, como, por ejemplo: formarlos para que tengan más
iniciativa y espíritu emprendedor con el fin de que se vuelvan menos
dependientes de ayudas paternalistas; educarlos para que practiquen la
honestidad, la solidaridad, la responsabilidad y la disciplina; para que tengan
conciencia de sus derechos, pero especialmente de sus deberes; para que posean
una ambición sana y un fuerte deseo de superación, pero conscientes de que
deberán concretizar estas aspiraciones a través de la perseverancia y de la eficiencia
en la ejecución del trabajo. Esas escuelas no están cumpliendo su función de
desarrollar las potencialidades latentes de los niños rurales, de abrirles
nuevas oportunidades de auto-realización ni de formar ciudadanos que, gracias a
su propia voluntad y competencia, sean capaces de protagonizar el
auto-desarrollo personal, familiar y comunitario”.
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